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Otra vez, la “neurofalacia”

A través de @HelenaMatute encontré este llamativo vídeo de divulgación de unas investigaciones realizadas por la Universidad Jaume I: “La dopamina regula la motivación a actuar y no el placer”. En él se explica que: “La extendida creencia de que la dopamina regula el placer puede pasar a la historia ante los últimos avances científicos sobre la función que cumple este neurotrasmisor y que demuestran que en realidad regula la motivación, provocando que los individuos se pongan en marcha y perseveren para conseguir algo”


Aunque no se detalla ningún experimento concreto, básicamente explica que la dopamina no se relaciona con el “placer” de conseguir un reforzador, sino que 1) cuando se disminuye su cantidad en un experimento, es menos probable que los animales realicen la conducta operante más costosa (en otras palabras, prefieren reforzadores más pequeños pero de menor coste); y 2) por el contrario, cuando se aumenta la cantidad normal de dopamina, los roedores tienden a perseverar más en las conductas operantes, lo que relaciona con comportamientos patológicos como la adicción o el trastorno obsesivo compulsivo.

Hasta aquí, poco que comentar por mi parte: divulgación de una investigación realizada en España. Sólo eso ya es un mérito en los tiempos que corren. Pero después el vídeo continúa:
[1:36] “El nivel de dopamina depende de individuos, por lo que hay personas más perseverantes que otras para alcanzar una meta”; [1:58] “La relevancia para la clínica es amplia, porque la anergia [falta de “energía”] (...) aparece en muchos síntomas, aparece en la depresión, en el Parkinson (…) en todos los síndromes que cursan con fatiga mental (…) en el caso opuesto, los desajustes al alza, la dopamina podría estar indicada en problemas de conductas adictivas que llevan  a una actitud de perseverancia compulsiva”.

No voy a criticar (bueno, sólo un poco) la divulgación que se puede hacer de unos experimentos seguramente muy complejos en apenas dos minutos y medio que dura el vídeo; pero sí me gustaría usarlo como ejemplo de una “neurofalacia” bastante extendida: “si una conducta tiene un sustrato fisiológico, entonces tiene una causa biológica (y sus problemas, una solución biológica)”. Al ver este vídeo, lo que mucha gente puede entender es que un amplio conjunto de trastornos psicológicos tienen una causa biológica y que por lo tanto se arreglan tocando el botón correspondiente. En otras palabras, dado que “El nivel de dopamina depende de individuos, por lo que hay personas más perseverantes que otras para alcanzar una meta”, allá se arregle cada uno con lo que dios le ha dado. Pero ¿cómo de rigurosa es esa afirmación? ¿Cada uno tiene el nivel de dopamina que le ha tocado? ¿Todo el tiempo? ¿Para todas las tareas? ¿En todas las etapas de la vida? ¿Lo mismo cuando tiende uno la ropa de la lavadora que cuando da un paseo por la playa?...
Muchos factores influyen en eso. Es mala Biología hacer esa simplificación, y por descontado, muy mala Psicología.

A pesar de lo interesante que pueda resultar la investigación psicobiológica, en ocasiones sus interpretaciones se tuercen en el camino de la divulgación, lo que puede llevar a cometer algunos errores. Los divulgadores (y los profesores en sus clases) deberían tener en cuenta de que en muchas audiencias hay una tendencia generalizada a entender que:

  • Si se encuentra un correlato biológico (un área cerebral, un gen, una hormona, un neurotransmisor) para una conducta, entonces esa conducta queda explicada por la Biología. Y relacionada con ésta:
  • La causalidad va siempre en la dirección cerebro-conducta, y por lo tanto, arreglando lo biológico “arreglaremos” lo psicológico.

Hay pruebas de sobra de que estas dos afirmaciones son falsas. Respecto al primer caso, es un hecho que la conducta, como muchos otros fenómenos complejos, es multicausada. Por lo tanto, conocer uno de los factores es un paso importante, pero ni mucho menos equivale a conocer LA explicación del fenómeno. Por ejemplo, para realizar los experimentos que describen en el vídeo, es necesario que el cerebro de los investigadores tenga unos niveles determinados de dopamina en las áreas adecuadas (y hormonales, etc.);  pero no es la única condición que se precisa: por ejemplo, todos ellos han tenido que pasar por años de instrucción. Vamos a pensarlo un momento ¿qué conducta no tiene un sustrato material? (es una pregunta retórica, no hay ninguna). Una explicación biológica va a ser posible para TODOS los comportamientos, desde apretar una palanca a publicar una investigación científica. Pero los comportamientos requieren otras condiciones necesarias para su desarrollo, y entre ellas las que llamamos psicológicas, es decir, las que se derivan de la historia de interacción del sujeto con el ambiente. Según cuáles sean nuestros propósitos, unas variables serán más útiles que otras, no hay una preferencia de las variables biológicas sobre las psicológicas. Por ejemplo, a la hora de predecir quién de una población publicará una investigación, el poder predictivo de la dopamina será muy bajo en comparación con la variable  “años de instrucción”.

El segundo caso es, quizás, el más evidente: la causalidad también va en la dirección conducta-cerebro, aunque a veces no se enfatiza lo suficiente. Cada vez se acumulan más datos que apuntan a que una de las características más importantes del sistema nervioso es, precisamente, “dejarse modificar” por el ambiente. Un ejemplo que ha sido famoso en los últimos años es el aumento del tamaño del hipocampo en los taxistas londinenses. Este es otro motivo más para ser prudentes en la interpretación de las investigaciones biológicas y su extrapolación lineal al comportamiento y sus problemas.

En resumen, entiendo que en divulgación hay que mantener un balance muy fino entre el rigor, el imperativo de la brevedad y la necesidad de interesar a un público que aprecie y comprenda el mensaje. No es una tarea fácil. Pero ya sabemos de sobra que la extrapolación de conclusiones tiene sus problemas y debe hacerse con cautela. En mi opinión, en la última parte del vídeo ha pesado más el interés por “vender” la investigación que la necesaria cautela científica. Por eso creo que es necesario que los expertos y futuros expertos en comportamiento vayan más allá y sepan cómo de compleja es la conducta, cuántos niveles son necesarios para explicarla y, sobre todo, cuál es el que mejor se adapta a las tareas y habilidades que la sociedad necesita de ellos.  

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